jueves, 1 de agosto de 2013

Cuento de Alaraz


 
Érase una vez un pintor que fue a Alaraz,
 
 
 
 
dibujó la iglesia y unos tejados,


 cantó y bailó sus cancioncillas con euforia y sin vergüenza, manchó sutilmente, comió un bocadillo - jamón/salchichón + tumaca + aguacate-,
 
 

 
 
mensajeó con su móvil (perdón, perdón, perdón por la gente moderna), dibujó dos paradistas (se lo dijo un muso),
 

comió otro bocadillo -bonito parrilla + escalibada- , coloreó, miró con preocupación, dio brillo con cola,
 
 
charló con dos pintores aficionados que le miraron con condescendencia (pensando "vaya matao el chico este"), erróneamente pensó en la opinión de los contingentes (incluso de los necesarios), metió colorines, ensució un bonito dibujo, ennegreció al paradista pequeño y emborronó al grande,
 

acabó (dio por acabado) el cuadro sólo cuando terminó el plazo de tiempo,
 
lo expuso entre el resto, se comió el tercer bocadillo -tortilla de ahumados, calabacín y queso (ooooolé) + rúcula (soy snob) + alioli (para besar a las azafatas)-, miró al suelo, frunció el ceño, socializó (ligeramente) con encantadoras nativas, se escondió a leer junto a un poste de la luz, recibió el apoyo moral de un artista, empezó a ver neblina, obviamente no le dieron ningún premio, dejó el cuadro en exposición, volvió a socializar, conoció a un perro y varias vacas, a los pocos días volvió a recoger el cuadro, blanqueó

 y este cuento se acabó.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

un happy end en toda regla.

cualquierapinta dijo...

jeje final abierto, seguro que hay secuela.
Saludos y gracias por comentar

Alexi dijo...

Jajaja... sería antes de que el pintor perdiera el hueso del baile?